Íbamos de la mano, por la calle soleada, y en el mismo vientito en que venía el olor de las flores del florista de la esquina, vino la voz del hombre: “buenos días… buenos días… pero que linda mañana… señora, ¿por qué tiene esa cara tan triste? ¿no ve que hoy es primavera?… No me diga atrevido, señora… Me gusta la gente… yo quiero a la gente… y si no hablo con la gente… me siento muy solo… ¿O usted no se siente sola, señorita apurada?… Buen día, señor, tome una margarita para la solapa del saco… Vaya una manera de decir que no! Es primavera y hay que llevar una flor en la solapa. Si no ¿para qué sirve que sea primavera?”.
Y así, con su voz alegre, se fue acercando hasta nosotras dos, mamá y nena, con una media caída y la otra no.
Yo ya lo conocía. Lo había visto muchas veces hablando solo, con los ojos azules y límpidos fijos en una distancia color amanecer. Lo había visto derramando su “buen día, señora; buen día, señor; buen día, señorita”, como si fuera una regadera de palabras humedeciendo el tiempo.
Y había visto también el enojo, la sonrisa burlona o la simple indiferencia de la gente que pasaba a su lado. Algunos insultándolo, otros haciéndole burla, los más sin mirarlo siquiera, como si no existiera.
Verónica se detuvo frente al hombre:
-Buenos días, señora…
-¿Es tu amigo, mamá?
No supe qué contestar. Me tomó de sorpresa la pregunta. ¿Era mi amigo? ¿No era mi amigo? No lo sabía…
-Sí, nena linda - balbuceó él mientras quitaba una flor de los ramos del florista y se la alcanzaba con una mano huesuda y pálida-. Tu mamá es mi amiga… Toda la gente es amiga mía…
Los viejos, los jóvenes, los chicos…, los perros, los gatos, los canarios… Porque yo fuí quien entró a la pajarería y le abrió las puertas a las jaulas de los pajaritos… Hubieras visto cómo se puso el cielo ese día, de todos colores, igual a un jardín! ¿Cómo te llamas?
-Verónica…, y quiero ser tu amiga. En la plaza yo me hago amiga de todos los chicos… En cambio, las personas grandes son diferentes. ¿No mamá?
-A veces…
A veces… o casi siempre, por desgracia. La gente lo llama “el loco que dice buen día”. Pero es el único ser que vi con una flor en el ojal en primavera. Y que en vez de llevar un pañuelo en el bolsillo del saco, lleva una paloma blanca que picotea el aire leve. Y en vez de tener los ojos empañados de envidia, de tristezas, de rencor…, los tiene abiertos y hondos, se puede ver en ellos lo que siente, como se ven los peces a través del agua de los riachos del sur.
Las personas grandes para ser amigas tienen que responder un complicado cuestionario, lleno de signos y de números. No pueden decirle “buen día” a la gente que se cruza con ellas por la calle porque la gente se sorprendería… y las llamaría locas, como al hombre con los ojos de niño que te dió esa caléndula y le va cantando al sol y a la ternura, estremecido por la alegría de trompo y calesita que da vueltas en el mundo de los niños. Cuando el hombre se alejó, vos me preguntaste:
-¿Por qué le dicen loco, mamá?
-Porque… porque no lo comprenden.
-A mí me parece más loco aquel señor que va con sombrero y traje negro en un día tan lindo.
-A mí también, Verónica.
Tenés razón. Claro que tenés razón.
¿Cómo va a ser un loco un hombre que regala flores y saluda por las calles? ¿Cómo va a ser loco un hombre que ama a los viejos, a los jóvenes, a los niños, a los perros, a los gatos, suelta los pájaros de las jaulas y sonríe porque el sol es redondo y amarillo?
Locos… somos los otros: los que miramos con angustia los relojes, los que no estrechamos las manos de quienes no nos muestran su documento de identidad y no tienen bien lustrados los zapatos, los que ponemos un vidrio de distancia entre nosotros y los demás… con la excusa de protegernos. Bah, por temor a darnos, a amar, a que nos llamen locos.
Y así, con su voz alegre, se fue acercando hasta nosotras dos, mamá y nena, con una media caída y la otra no.
Yo ya lo conocía. Lo había visto muchas veces hablando solo, con los ojos azules y límpidos fijos en una distancia color amanecer. Lo había visto derramando su “buen día, señora; buen día, señor; buen día, señorita”, como si fuera una regadera de palabras humedeciendo el tiempo.
Y había visto también el enojo, la sonrisa burlona o la simple indiferencia de la gente que pasaba a su lado. Algunos insultándolo, otros haciéndole burla, los más sin mirarlo siquiera, como si no existiera.
Verónica se detuvo frente al hombre:
-Buenos días, señora…
-¿Es tu amigo, mamá?
No supe qué contestar. Me tomó de sorpresa la pregunta. ¿Era mi amigo? ¿No era mi amigo? No lo sabía…
-Sí, nena linda - balbuceó él mientras quitaba una flor de los ramos del florista y se la alcanzaba con una mano huesuda y pálida-. Tu mamá es mi amiga… Toda la gente es amiga mía…
Los viejos, los jóvenes, los chicos…, los perros, los gatos, los canarios… Porque yo fuí quien entró a la pajarería y le abrió las puertas a las jaulas de los pajaritos… Hubieras visto cómo se puso el cielo ese día, de todos colores, igual a un jardín! ¿Cómo te llamas?
-Verónica…, y quiero ser tu amiga. En la plaza yo me hago amiga de todos los chicos… En cambio, las personas grandes son diferentes. ¿No mamá?
-A veces…
A veces… o casi siempre, por desgracia. La gente lo llama “el loco que dice buen día”. Pero es el único ser que vi con una flor en el ojal en primavera. Y que en vez de llevar un pañuelo en el bolsillo del saco, lleva una paloma blanca que picotea el aire leve. Y en vez de tener los ojos empañados de envidia, de tristezas, de rencor…, los tiene abiertos y hondos, se puede ver en ellos lo que siente, como se ven los peces a través del agua de los riachos del sur.
Las personas grandes para ser amigas tienen que responder un complicado cuestionario, lleno de signos y de números. No pueden decirle “buen día” a la gente que se cruza con ellas por la calle porque la gente se sorprendería… y las llamaría locas, como al hombre con los ojos de niño que te dió esa caléndula y le va cantando al sol y a la ternura, estremecido por la alegría de trompo y calesita que da vueltas en el mundo de los niños. Cuando el hombre se alejó, vos me preguntaste:
-¿Por qué le dicen loco, mamá?
-Porque… porque no lo comprenden.
-A mí me parece más loco aquel señor que va con sombrero y traje negro en un día tan lindo.
-A mí también, Verónica.
Tenés razón. Claro que tenés razón.
¿Cómo va a ser un loco un hombre que regala flores y saluda por las calles? ¿Cómo va a ser loco un hombre que ama a los viejos, a los jóvenes, a los niños, a los perros, a los gatos, suelta los pájaros de las jaulas y sonríe porque el sol es redondo y amarillo?
Locos… somos los otros: los que miramos con angustia los relojes, los que no estrechamos las manos de quienes no nos muestran su documento de identidad y no tienen bien lustrados los zapatos, los que ponemos un vidrio de distancia entre nosotros y los demás… con la excusa de protegernos. Bah, por temor a darnos, a amar, a que nos llamen locos.
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